miércoles, 4 de abril de 2012

De España y los españoles, y los españoles que no se sienten españoles…

Empiezo enrevesando palabras, pero es preciso y justo hablar y nombrarlos a todos antes de empezar a hablar de mí. No de política, ni de gobiernos, ni de reyes… Hablar de los españoles, y de España, o por lo menos ese país donde nacimos o vivimos por el momento.

Cada día se me hace más ligero escuchar conversaciones ajenas donde se acaba hablando de “Si por mi fuera, me iría de este país” o el mágico “Yo no me siento identificado ni con los españoles ni con España” de toda esa gente que vivió aquí y que ahora se siente avergonzada de su país, que opina que “Los otros son mejores” que se van a Londres, a París, a Berlín y quedan encantados y cuando vuelven acaban todas sus frases con un “Ojalá y pudiera quedarme allí a vivir. Si no fuera por mis amigos o mi familia, no echaría aquí nada de menos”. No hablaré de ellos, ni hablaré de los otros que defienden con uñas y dientes su país. Que ven España como la guerra a la que nunca fueron, que quieren ordenar su país cuando no tienen ordenada ni su casa, ni tan siquiera sus ideas. Hablaré de mí, de mi España, de mi país, del país donde yo nací, donde me manché las manos y del que siento misteriosa admiración, y hablaré de esto porque tanto los que la odian como los que la defienden parecen haber olvidado qué es España y quien es su gente.
No nací en una cueva, ni mis padres, ni mis abuelos, mis bisabuelos quizás, pero apenas tengo vagos recuerdos de ellos sentados en una silla dejando escapar el tiempo. Tampoco importa mucho ya hablar del nacimiento, del país, del lugar de partida. Dice Lluis Llach que lo importante es el camino, y cuando pienso en el camino a recorrer pienso en él, y no en el millón y medio de canciones en Inglés que se tararean en las radios con el mismo fondo en sus letras, y las bailo y las disfruto incluso algunas las siento, pero diferente. El “Casi casi pero no” que le da él o Machado, que también era de caminar o rodar con sus olivitas. Quizás empecé a darme cuenta a partir de la música, pero como una maldita epidemia se fue contagiando a todos los campos.
Porque hay temas insuperables como “Bohemian rhapsody” de Queen, el clásico Smoke on the wáter, y no hace falta tirar de rock, están: Nina Simón, Charlie Parker, Mile Davis, Herbie Hancock, Chick Corea… músicos a los que adoro y que realmente me emocionan, y luego ya ves tú, aparece Serrat, y me canta un poema de Hernández y me hace llorar, y me repasa su vida con las nanas de la cebolla y me aguanta el aliento con la Elegía a Ramón Sijé. Fíjese usted, que un hombre que tuvo que huir de España exiliado, poniéndole voz a las palabras que escribió un agricultor, un “tonto de esos que murió en la cárcel” por culpa de España, me emocionan y además rompen. Me tocan algo que no sé que es, quizás por culpa de mi abuelo, el se encargó de mi como un padre y yo, en mi pueblo, yo cateto, yo de niño, correteaba por los campos de algarrobas y me empastaba las manos de pinos y naranjos. Yo que me amargué la boca con las almendras tiernas, que las duras las partía con un martillo en el corral mientras mi abuela preparaba la comida. Yo que daba de comer al perro cuando se descuidaban, que lo sacaba al monte y miraba callado como mi abuelo le enseñaba caza con una paloma blanca sin alas. Y cuando el perro quedaba quieto me emocionaba pensando si acertaría el camino de la paloma y pasaba la mañana. Y luego puchero y luego más paseos y más monte. Montañas marrones y verdes, y ese olor de mi tierra, y mi abuelo silbando a mi lado mientras merendábamos de una higuera. Y quizás por eso me emociona más ver como se despide Hernandez de Sijé, y como quiere “Escarbar la tierra con los dientes” y “minar la tierra hasta encontrarte” y esa tierra que es la que piso, la que me llenó las uñas, la que me endureció los cayos y la que poco a poco se lo traga todo, a mi abuelo, a mi orgullo, a mi miseria, y algún día a mí. Y por eso el “The End” de “The Doors” me emociona, pero no me rompe como lo hacen las palabras de ese campesino.

Y lo mismo con la literatura, y con las historias de fantasía. Con la fluidez y la magia interminable de esos grandes autores capaces de crear un mundo entero a partir de la nada. Donde hay elfos, y demonios, y criaturas descritas de forma tan milimétrica que es imposible no imaginarlas reales. Te atrapan en su mundo y te absorben y te emocionan, para que luego llegue un tal Miguel Delibes, que no inventó nada, que era Vallisoletano y amante de la caza. Y te cuenta historias de unos miserables llamados españoles. Una historia de un hombre que se gana la vida cazando ratas y cocinándolas en vinagre, y vendiendo las más “gordas” a tres reales y las medianas a dos. De su hijo, el del ratero, de cómo enseñaba a su perra con su padre como yo lo hice con mi abuelo, y este si vive en una cueva. O te habla de Mario, de un tal Mario que murió, ¡un muerto! Y lo hace durante 5 horas. Y me emociona y me rompe. Porque lo cuenta desde dentro, y no te crea un mundo, pero te enseña el suyo, que es el que me contaba por las noches mi abuelo y es el que estudiaba por las mañanas en el colegio y del que hablaba por los tardes con mis amigos y el “señor de las ratas” me congela de una forma que no consigue “El señor de los anillos” porque no tengo que imaginar para vivirlo, porque lo siento en la piel de alguna forma y porque así somos los españoles, unos miserables, como el ratero.
Algunos quieren huir, dicen que España se hunde en la miseria, y me viene a la mente el cuadro del perro semihundido de Goya, que podría haber escogido un Van Gogh, o un Klimt, o cualquiera que no fuera español, pero lo miro y pienso: Que forma más delicada de describirnos, semihundidos. Y soy incapaz de inquietarme pensando que tienen razón, que nos hundimos en la miseria, que somos unos miserables, que no nos hace falta que nos lo diga Victor Hugo en un musical de 4 horas, que lo hace Goya, pero que no es nada nuevo. Que sin embargo, sacamos la cabeza, que eso es España, una cabeza de perro que se niega a hundir. Que yo soy así, testarudo, sucio, malhablado, un miserable que no toca el fondo de la piscina, pero que se niega a dejar de asomar la cabeza, aunque sea para respirar. Y sobrevivo, y así es como ha sido siempre, pero se nos ha metido en la cabeza que somos más y que fuera se está mejor y que hay que salir, pero llenarte la cabeza de estupideces solo consigue que te hundas. Que “Todo sería más fácil si viviera en cualquier otro país” pero yo no quiero, no quiero que sea fácil, ni bonito, ni delicado, porque yo no soy así. Yo soy guarro, y terco y “me gusta el juego y el vino y tengo alma de marinero” y no quiero que me den ni que me digan nada, que me exijan vivir mejor, porque tengo la cabeza fuera y eso es todo lo que necesito para ser feliz. Saber que está fuera y que no le debo a nadie el que la mantenga.

Porque de todos aquellos que les apasiona todo menos lo español, porque no son españoles, porque no se sienten identificados, porque no les gusta, o les da vergüenza (que los hay) siento pena, pena de que no hayan sabido disfrutar de lo que tienen, de hacerlo suyo, de aprender de lo que uno tiene, de sentir ese cariño especial que te dejaron los muertos.
Y me hablan de Bukowski, el genio, el guarro, “¡ese sí que sabía vivir!” me dicen, “Y no era español” y yo les hablo de Leopoldo María Panero, o de los Panero, de Michi al que muchos conocen por “Nacho vegas”, que sus palabras te hacen temblar la voz y querer estar muerto, que te rompe. Pero sobre todo de Leopoldo María Panero que no es Bukowski, que es un loco de manicomio adicto a la cocacola light y al tabaco, que es escritor, que no es francés pero lleva más malditismo en su sangre que “Rimbaud” o “Verlaine” que me emocionan, pero no me rompen. No como su “brillo en la mano”. Que me di cuenta que perdí el tiempo leyendo la “máquina de follar”, después de leer apenas unos minutos de cualquiera de sus fragmentos, o de oírle hablar, de intentar entenderle (que cuesta) de mirar sus gestos, de escuchar el odio que le tiene a su madre, a su enfermera y a su España. Que la odia, y por eso escribe de ella, que la nombra porque no le es indiferente.
Que de todo estoy maldito por ser español y haberme acercado a querer conocer esta tierra sin miedo. Que no me da asco, más que por algunos o algunas que la habitan y la limitan. Que “La odio, la amo, le tengo un cariño ancestral” como mentaba Labordeta de su Zaragoza natal. Que tengo 25 años, que escucho Muse, que soy de Ron, que me pierdo los ahorros en los conciertos, que soy como tú, con vaqueros. Pero yo, cuando vuelvo de París me tumbo en mi cama, o me tomo mi guitarra y me mato un rato asimilando que he vuelto. Que ya huele todo a madera, que me emociono y me rompo. Y no sale de mi boca un “Ojalá” porque estoy donde quiero estar, emocionado y roto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario