sábado, 7 de diciembre de 2013

Siempre siempre siempre, deslizo mis manos sudorosas por tu vientre. Siempre acerco mi nariz a tu pelo para impregnarme de ti y rozarte con los labios el cuellos. Siempre dices, me obsesiono con tu cuerpo, con tu blanca silueta de porcelana tan fina que el más suave mordisco rompe en rojos los tonos de tu piel. Me obsesiona, deslizar la barbilla entre tus muslos, impregnarme del sudor que destilas, que me apartes porque el roce de mi barba te hace cosquillas. Me obsesiono, siempre siempre siempre, esperando a que bajes la guardia para tocarte con descaro una teta o morderte los pezones. A cruzar tu figura con mi lengua recorriendo todas los caminos del mapa de tu cuerpo parando a repostar cada poco con un mordisco o un beso. Me obsesiona, como saltas cuando muerdo tu culo, saltas y te vuelves para intentar alejarlo de mi, saltas y gritas como cuando te toco los pies y te juro que nunca lo volveré a hacer. Siempre siempre siempre convertimos la cama en una guerra fría y jugamos a los espías. Interceptas mis manos, me robas carcajada y nunca consigo descifrar el código que mandas. La batalla entre las sábanas siempre siempre siempre me la ganas, te retiras y me dejas en el campo de batalla, a veces con pequeños cortes y otras herido de bala. Contemplando el dibujo que dejó tu ejército secuestrado entre las sábanas. Ya preparo los fusiles, aliso la silvestre colcha y cubro de nuevo la cama, esperando a que pasado, o si hay suerte tal vez mañana, vengan tus ejércitos a ganarme otra batalla. Porque me obsesiono con tu cuerpo, desde tu suave pelo hasta la punta de tus prohibidos pies y no me avergüenzo de decirlo, porque no hacerlo sería dejar de reconocer que me vuelvo loco por cada centímetro de tu piel.

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