jueves, 3 de marzo de 2016

El perdón de los esclavos.

Toda la noche nevando en mi habitación, se coló el invierno cuando dejaste la puerta abierta. Brilla todo, brilla oscuro, despacito, brilla todo con el cristal de mis ojos quebradizos entreabiertos. Brilla menos cuando empapo del perfume de mis pulmones que parecen reactores, y mis labios se cortan en la frontera de mi boca. El calor de dentro y el hielo que se va formando en los cristales, travesando las persianas. Se corta mi boca porque no puede estarse quieta, ni la dejo ni se deja. Se corta porque no puede tocar y se corta si la tocan porque no se lo espera. Y solo contemplo vivir a un milímetro de la piel, y miento si te digo que ahí todo saldrá bien. Torpe de equilibrio pegada al sudor de tu boca. Una boca y otra boca que se dicen muchas cosas, que se miran desde lejos que se empañan desde cerca. Dos bocas con sus dientes, con sus dientes de madera que se secan al sol si se dejan ver, y solo buscar morder a un milímetro de tu piel. Y una piel y la piel y tu piel, que todo se puede inventar en este mundo para quedar bien, pero yo no quiero quedar bien, yo quiero morder una piel que se erice si la tocan, que mis dientes veteranos descongelen los sentidos y morder hasta que duela, hasta que me suplique que pare, y entonces morder un poco más.

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