Cambiábamos la historia, o eso creíamos. Arrugábamos los libros para que las mesas dejaran de cojear y llenábamos el suelo de toallas para no pisar la lava. Dejábamos las luces encendidas para que no entraran los fantasmas y pensábamos que todo tenía arreglo. Cambiábamos el paso al compás de las baldosas, llenábamos la copa hasta que no cabía ni una gota más y cogíamos las cosas del revés. Ya nadie se tropieza con los cordones ni se queda mirando las luces fijamente cuando piensa.
O sí...
Aún me sigo poniendo rojo cuando me hablan de los multiversos.
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