martes, 23 de junio de 2015

Ypacarí

 A veces doy las gracias por ser un egoísta y guardar en mi cabeza lo que no quiero compartir con el mundo. Escondido en mis entrañas donde nadie pueda verlo. Mío y solo mío. Mis palabras, mis olores, mis sentidos, las imágenes de mis pupilas, el sabor a óxido y sudor de mis dedos.  Me callo y no se lo digo a nadie. A veces toco y otras escribo algo tan precioso que pienso que no merece ser compartido con nadie. Pienso que el mundo no lo merece o puede que si, pero no encuentro nadie con quien compartirlo. O a veces pienso que es para esa persona y lo guardo y se llena de telarañas porque el corazón juega malas pasadas y no se puede hacer regalos de ese calibre a lo loco. A veces como ahora cuento mis secretos, para que me odien, porque me gusta presumir de privar de belleza a un mundo tan feo. Porque soy un ególatra que como Amory se dio cuenta de que siendo un gran tipo no haces más que caer una y otra vez en el mismo agujero. Dejar huella es demasiado vulgar, yo no quiero eso, las personas se recuerdan por lo que no hacen, cuando no puedes verlas ni tocarlas, ni sentirlas. Entonces y solo entonces enciendes los motores y piensas en ellos. Neuronas pegadas lengua contra lengua explotando los nidos de tu cerebro. Y cuando te obligas a pensar en esa persona es entonces cuando de verdad deja mella. Siempre me gustó el queso gruyère y llenar los corazones de agujeros. Siempre me gustó desaparecer y esperar a que vengan los ratones.  

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