jueves, 4 de junio de 2015

Sangre en la cocina

 Las hay grandes, pequeñas, anchas, estrechas, soperas, de té, con el mango de plástico y de metal, algunas incluso de cristal. Las hay de hierro, de acero, de plata, de plástico, de madera de hueso, también las que utilizan los magos de galio que se derriten a 30ºC. Algunas son finas y delicadas, con adornos en nácar o detalles en oro, otras más simples y ralladas de pasar tantas veces por el estropajo. Unas son tan anchas y afiladas que te rozan la comisura de los labios al comer, otras son tan pequeñas que apenas puedes utilizarlas para sorber, algunas son tan frías que se te pega la lengua y otras queman y no se pueden ni coger. Las hay de juegos completos y perfectos conjuntadas con todos los cubiertos y las hay de las perdidas a través del tiempo que son totalmente diferentes al resto. Cucharillas, cucharones, con su delgada silueta curva, para sopa, para helado, de las que se sostienen con solo dos dedos o de las que necesitas toda la mano. Parecidas y diferentes, hay más cucharas que personas y aún así se siguen fabricando. De usar y tirar o de usar para matar. Porque las cucharas son armas contra la mediocridad y no hay peor forma de morir que siendo un mediocre. Temedlas.

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