A veces me siento como un iceberg, una punta de lanza de hielo que
esconde toda una montaña a sus pies, una montaña cargada de mi
verdadero yo y que no sé si guardo con recelo o no llego a saber
transmitir. Nadie se tira al agua para mirarla ni tan siquiera un
poquito, una ojeada, algo que llame la atención e impulse a seguir
rascando, a seguir nadando. No me extraña, yo tampoco me metería en
esas aguas profundas y oscuras, esas aguas cargadas de inseguridades
y miedos que rodean la montaña. ¡Qué gran montaña! me gustaría
pensar que alberga un tesoro tan brillante y fantástico que merezca
la pena ser descubierto, o puede que solo sea un montón de tierra y
nadie quiera perder el tiempo. O puede que alguien se tire de cabeza y cierre los ojos y se tape la nariz y pase justo por delante y tenga ese mismo miedo que yo tengo. Que nunca se abran sus ojos hasta que vuelva a sentir el sol.
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