A veces me llaman niño, aunque siempre esté haciendo cosas de niño. Jugando con todo lo que agarro entre mis dedos o con el pelo alborotado como si anduviese reñido con la dirección del viento. Solo a veces me llaman niño, muy pocas veces y siento como cada vez son menos, supongo que lo más importante para ser un niño no es el pelo, el barro o las formas de perder las formas, sino la mirada. No tiene por qué ser inocente, ni tierna y mucho menos triste. Pero a veces sin quererlo se van los muros, y se puede ver el camino desde las pestañas hasta el fondo de las pupilas. Os invito a todos a entrar, a echar un vistazo a colarse dentro y jugar con todo lo que yo juego y jugar con cosas con las que no se debería jugar, jugar a juegos de mayores cuando todavía no llegamos al centro de la mesa sin ponernos de puntillas. Y entre todo el alboroto se escucha una voz que me rompe con un pestañeo -"Pareces un niño!"- Y mientras lo asimilo se van cerrando de nuevo las puertas y vuelvo a mi mirada perdida, perdida hasta que vuelva a encontrarme con los ojos de niño, y me los pruebe otro rato.
No sabes lo solo que estás hasta que te das cuenta de que ya no puedes decir a nadie "Ven conmigo" cuando encuentras una película interesante en el cine, ahora todo son: "¿Te apetece venir?". No me apetece preguntarte, me apetece que vengas y que tengas ganas de venir y que no me haga falta utilizar esos malditos interrogantes.
'pero en vida no suele ocurrir lo que uno quiere que ocurra'
ResponderEliminarojalá no crecer nunca, 'ven conmigo', tan simple como eso.